Los “hombres masa” tienen una inexplicable mentalidad que concibe su salvación por obra de “la sociedad”, que les otorga todo, según “sus derechos humanos”, apartándose de la naturaleza real del proceso social.
Todo le cae del cielo. Gratis. Les llega por que sí. No requieren esfuerzo alguno.
Carecen de conciencia del devenir de las costumbres. No respetan los valores éticos.
El hombre masa, desasido de todo, vacío, indiferente, ha perdido la moral. Vive, sin querer ninguna atadura, sin responsabilidades. Termina por eliminar la obligación moral y también la comunitaria, sin influirle la moral social. Para él, no hay ninguna obligación de naturaleza solidaria. Ha eliminado la conciencia de actuar para los demás. Ignora cualquier obligación y solo reclama derechos pero no tiene conciencia de sus deberes y responsabilidades. Y como tener moral es “conciencia de servicio e integración” su conducta será inmoral o amoral. El hombre masa no quiere integrarse en una comunidad, porque le obligaría a ser y a estar en relación estrecha con los otros.
Pregona la solidaridad sí, pero con los recursos del Estado. Nunca arriesga los propios. Y tiene la audacia de decirse “social”.
La desmoralización del hombre masa, “parcialmente cualificado”, implica la parte elevada de la masa, que son muchos médicos, ingenieros, abogados, profesores, financieros, etc. Los demás siguen las pautas automáticamente. Las masas actúan inconscientemente, alimentándose a sí mismas de su inconciencia.
Las masas ven al Estado como “productor de seguridad”, existencial. Aumenta el número de los que quieren enriquecerse a costa de los demás y de los que no desean someterse a un sistema de trabajo para conseguir, con su propio esfuerzo, lo necesario para vivir.
Por un lado, se afirma una moral para la justicia, rebajando la gravedad del delito; por otra, la cuestión económica, que demuestra que el hombre no se conforma con lo que tiene, sino que en la sociedad hay un número creciente de individuos a quien satisface cambiar de sitio a las cosas para depositarlas en sus dominios. (Robos, raterías, peculado). La violencia, no se detiene y en el futuro crecerán los conflictos internos, en los que el individuo está al arbitrio de los violadores de la ley.
El Estado, con su gigantesco aparato para garantizar el cumplimiento de la ley, no es capaz de controlar ni de detener la violencia. Tampoco las masas son capaces de actuar contra esta clase de inseguridad. La masa no se activa contra sus atacantes, siendo incapaz de defenderse en comandita cuando algunos de sus componentes están afectados. Es egolatría diminuta.
Ello es porque el hombre masa es indiferente a las desgracias de otros, por haber establecido una relación superficial. En cambio, se moviliza contra los que piensan de distinto modo. Se inhibe con el delito y se adhiere a los delincuentes porque lo toma con una mezcla de humanitarismo y como el continuo peaje que hay que pagar por vivir en el sistema imperante, que es inseguro e injusto.
La inseguridad en que vive le motiva a reclamar al Estado. No ha entendido que el Estado ha eliminado el espíritu comunitario y acabado con sus ideales. Las sociedades se han convertido en una agrupación de individuos cuyo único fin es subsistir individualmente sin el necesario aporte de sacrificio u obligaciones para con los demás y, específicamente, con sí mismo en particular. A Ortega le preocupaba el crecimiento de la Policía como aparato represivo. Hoy el problema mayor proviene de los grupos que viven al margen de la ley y contra los que son casi inoperantes las fuerzas policiales.
Fuente: El Instituto Independiente
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